Dos de noviembre.






  
            Cuando el dueño de la parcela abrió la cancela y, después de algunos pasos, alcanzo las cristaleras del taller que lo ilumina con una perfecta luz de norte que da a las esculturas en ejecución su autentica dimensión, sobre todo la de la esposa, paso de largo por que no era día musas; el Banco le había cobrado lo que no esperaba y con paso cansino penetro en el soportal de la entrada principal, donde los colgajos de algunos enseres agrícolas martirizan la ornamentaría plateresca del marco de la puerta y cuando giro la llave apareció el recibidor con la lámparas luciendo, a pesar de la luminaria del ventanal. Con un geto desabrido las apagó. Le llegaron aromas de especies mal seleccionadas para el guiso que se estaba trajinando en la cocina y no hacían honor a las serigrafías de los azulejos que representaban todas y a cada una de las  hierbas aromáticas que son útiles al paladar y la salud. Malhumorado, paso entre la mesa del comedor y la chimenea que hacia de cama para el displicente mastín español que la ocupaba y por la escalera balaustrada descendió al sótano donde guardaba cuanto adquirió categoría de recuerdo en su vida; unos libros y fotos. Para dar tiempo a que los aromas de la cocina terminaran su efecto, encendió el ordenador y puso en marcha el facebook y lo primero que leyó fue: Democracia real, ya. Cansado de tanto desajuste y  política desquiciada, con la próstata efervescente entro en el angosto cuarto de aseo para vaciar todos los humores de la mañana de lunes.
            A la tarde, dormiría la siesta bajo el cuadro de las animas africanas que un desafortunado amigo negro le regalo antes de despedirse de la vida para siempre, victima del exhaustivo control de la política de inmigración. 



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